Play…comenzó la película. Es una cinta en blanco y negro producida algunos años atrás, tres o cuatro años por lo menos. Quizás por eso está tan inquieta recostada en la cama, adelantando y retrocediendo de manera natural cada escena. Porque sí, es una secuencia de imágenes que ha visto más de una vez, algunas veces con encanto y gratitud, mientras que otras con decepción y melancolía absurda.
Pero aún así y por inercia en ocasiones como ésta, se decide a quitarle el pause a la cinta y seguir. Corren nuevamente las acciones, las frases cursis y necias, los acontecimientos revividos en ya varias ocasiones y para que mencionar los más de un clímax que la han convertido en su preferida. No porque sea una de las típicas con un vivieron felices para siempre, sino más bien por la atmósfera que hace de un instante una odisea. Situándola como una telespectadora inerte más que ve desarrollarse las acciones en su mismo espacio y que por este mismo temor que la sacude y envuelve a la vez, preferiría deshacerse de la cinta. No tenerla más en su poder, regalarla, tirarla, devolvérsela a aquél que fue partícipe de aquella inolvidable sugerencia, pero no, él ya no está ni cerca. Se aburrió de la película antes que ella y hasta tiene otra dentro de sus favoritas.
Mientras pasaban las escenas se detuvo a pensar, pero de una manera inconciente sin saber por qué lo hacía o más bien por una necesidad sentida, agobiante y con deseos de tomar forma propia. ¿Para qué volver a ver algo que ya pasó y que después de un constante repetir de avanzar- retroceder no se consigue nada nuevo?, no se llega a una tranquilizante y necesaria conclusión no abordada ni mucho menos a la utopía arraigada de un cambio del final. Por el contrario, todo sigue igual al verla hoy, mañana o en un año más.
Las cosas están hechas para no ser cambiadas en muchas ocasiones, en muchas vidas, en muchas experiencias e inexperiencias. Ese pensamiento sostenía mientras abruptamente abre los ojos, con mirada dirigida hacia el techo que lucía más blanco aún, con un tono como divinizado quizás.
Pero aún así y por inercia en ocasiones como ésta, se decide a quitarle el pause a la cinta y seguir. Corren nuevamente las acciones, las frases cursis y necias, los acontecimientos revividos en ya varias ocasiones y para que mencionar los más de un clímax que la han convertido en su preferida. No porque sea una de las típicas con un vivieron felices para siempre, sino más bien por la atmósfera que hace de un instante una odisea. Situándola como una telespectadora inerte más que ve desarrollarse las acciones en su mismo espacio y que por este mismo temor que la sacude y envuelve a la vez, preferiría deshacerse de la cinta. No tenerla más en su poder, regalarla, tirarla, devolvérsela a aquél que fue partícipe de aquella inolvidable sugerencia, pero no, él ya no está ni cerca. Se aburrió de la película antes que ella y hasta tiene otra dentro de sus favoritas.
Mientras pasaban las escenas se detuvo a pensar, pero de una manera inconciente sin saber por qué lo hacía o más bien por una necesidad sentida, agobiante y con deseos de tomar forma propia. ¿Para qué volver a ver algo que ya pasó y que después de un constante repetir de avanzar- retroceder no se consigue nada nuevo?, no se llega a una tranquilizante y necesaria conclusión no abordada ni mucho menos a la utopía arraigada de un cambio del final. Por el contrario, todo sigue igual al verla hoy, mañana o en un año más.
Las cosas están hechas para no ser cambiadas en muchas ocasiones, en muchas vidas, en muchas experiencias e inexperiencias. Ese pensamiento sostenía mientras abruptamente abre los ojos, con mirada dirigida hacia el techo que lucía más blanco aún, con un tono como divinizado quizás.
Mira el reloj a un costado. Habían pasado dos horas y con la nostálgica sensación de quien es sobrepasado por el diluvio de la memoria y los recuerdos que no han naufragado en bastante tiempo quizás, bosteza y se levanta a encender el televisor…