Por: Consuelo Bulo G.
Todo comienza a las 6:45 de la mañana. Levantarme, tomar desayuno y vestirme para partir. Son tres cuadras ya muy conocidas de caminata, desde Manuel Montt hasta Pedro de Valdivia. Cada vez las calles están más frías, oscuras y alejadas del sol. Con los audífonos en los oídos apresuro el paso. Todos los días lo mismo para llegar a este mundo lleno de energía, “Mi gimnasio”.
Son las 7:30 de la mañana, recién está prendiendo las luces luchito, que es el conserje y cuidador del “gym” Tiene alrededor de 50 años y trabaja acá de antaño. Luchito es alto, de buena postura y algo serio de cara, pero a penas habla se nota la ternura que lleva en su mirada.
Generalmente soy la primera en llegar y subirme a la trotadora, que me acompaña 30 minutos por lo bajo cada día. En este lugar, que es un mundo desconocido para muchos, comparten decenas de personas diariamente, todos con un tema en común, el culto al cuerpo, vida y mente sana o hasta un pasatiempo para olvidar. Para cada uno de ellos el “gym” representa algo distinto. Pero sin duda todos son felices por lo menos acá, eso se nota. Todos muy concentrados en lo que hacen, cada uno en lo suyo.
Las trotadoras están pegadas a una pared de espejo, todas están alineadas por lo que veo el gimnasio tras de mí y con ello a cada uno de los que van llegando. Entre 5 y 10 minutos llega la segunda persona, que siempre es Carlos, un señor de unos 50 años, que entrena en la trotadora de al lado alrededor de 10 minutos. Pero es un poco incómodo, ya que siento su mirada en mí todo el tiempo mientras corro.
Salió el sol, pero sigue un poco helado. Los cuerpos están más calientes con la clase de spinning, se escucha la fuerte música a lo lejos y los gritos de ánimo que se dan unos con otros. Este momento es una hora intensa para quemar mil calorías. (Lo que deberíamos comer si estamos en dieta)
Son las 7:30 de la mañana, recién está prendiendo las luces luchito, que es el conserje y cuidador del “gym” Tiene alrededor de 50 años y trabaja acá de antaño. Luchito es alto, de buena postura y algo serio de cara, pero a penas habla se nota la ternura que lleva en su mirada.
Generalmente soy la primera en llegar y subirme a la trotadora, que me acompaña 30 minutos por lo bajo cada día. En este lugar, que es un mundo desconocido para muchos, comparten decenas de personas diariamente, todos con un tema en común, el culto al cuerpo, vida y mente sana o hasta un pasatiempo para olvidar. Para cada uno de ellos el “gym” representa algo distinto. Pero sin duda todos son felices por lo menos acá, eso se nota. Todos muy concentrados en lo que hacen, cada uno en lo suyo.
Las trotadoras están pegadas a una pared de espejo, todas están alineadas por lo que veo el gimnasio tras de mí y con ello a cada uno de los que van llegando. Entre 5 y 10 minutos llega la segunda persona, que siempre es Carlos, un señor de unos 50 años, que entrena en la trotadora de al lado alrededor de 10 minutos. Pero es un poco incómodo, ya que siento su mirada en mí todo el tiempo mientras corro.
Salió el sol, pero sigue un poco helado. Los cuerpos están más calientes con la clase de spinning, se escucha la fuerte música a lo lejos y los gritos de ánimo que se dan unos con otros. Este momento es una hora intensa para quemar mil calorías. (Lo que deberíamos comer si estamos en dieta)
Sigue llegando gente y muchos que llegaron al comenzar se han ido para continuar con sus rutinas diarias. Muchos a sus trabajos y otros de vuelta a la casa, cada uno con su vida, cada uno con su mundo, con sus alegrías y problemas.
Pero todos tuvimos en el día un punto en común, querer alejarnos del desorden, del estrés y de los pensamientos. Para eso ¡un buen gimnasio!